Me gusta ver la gente que se interesa y se compromete. Con la cooperadora de la escuela de sus hijos, con su comisión vecinal, con su pueblo, con sus pares.

Esa es la gente que se enoja, patalea, grita y a veces sufre por participar, pero que nunca dice que no cuando la llaman, la convocan, cuando hay que poner manos a la obra.

De esa gente se nutren los grandes países. Porque con personas como ellas –que no son pocas – que trabajan en organizaciones sociales, en emprendimientos comunitarios, en pequeñas iniciativas grupales, hacen que empiecen a motorizarse los grandes cambios.
Con su ejemplo esa gente que siempre dice que sí ante la invitación, se gestan los grandes hechos históricos. Porque aunque nuestro rol parezca insignificante, siempre es importante. Decir que no, no inmiscuirse ni comprometerse nos deja afuera de todo.

En el comienzo de la historia, María y José tuvieron que emprender un camino, una huella. Y necesitaron ayuda.

El padre Mamero Menapace cuenta que los padres de Jesús llegaron a Belén una tardecita tranquila. Estaba todo arreglado para que Jesús naciera en la piecita de la posada que había en Belén. Lo único que faltaba era que el posadero dijera que sí. Pero dijo que no.

Y eso no hizo que se parara el nacimiento de Cristo. Cristo nació igual. El que quedó fuera de la historia fue Casimiro, el posadero.

Porque Jesús nació lo mismo, al lado de un pesebre.

Pongámosle que con el tiempo Casimiro se murió. Ahora, en estos tiempos, viendo las postales del nacimiento que recorren el mundo debe estar pensando: “Si hubiera dicho que sí, sería re famoso. Yo sería San Casimiro. Y por haber dicho que no, en mi lugar, en la foto, hay un buey”.

Así de triste y dolida se siente la gente que por decir que No se queda afuera de todo.