Antonio Carrizo cuenta en un artículo publicado hace muchos años por la revista Gente que a Borges le encantaban las tardes de otoño.
Dice el maestro de locutores que al genial escritor argentino le subyugaba el paisaje de las ciudades como Buenos Aires en la época de la transformación.
“Es la muerte que sobreviene al esplendor, sabedora de que su existencia también finalizará. Que al más crudo invierno y a la más profunda oscuridad siempre lo suceden la primavera en todo su esplendor y la clara calidez de los veranos”, interpretaba Carrizo.
Otra anécdota que pinta de cuerpo entero a Borges es relatada por su par brasileño Paulo Cohelo. Dice que cuando Borges ya tenía ochenta años se encontraba en Méjico.
Después de varios días de charlas, conferencias y homenajes, Borges se las arregló para tener una tarde libre.
Pidió visitar las pirámides mayas en el Yucatán. Le explicaron que se trataba de un viaje muy cansado, para el cual había que viajar en taxi, avión, jeep. Borges insistió y consiguió que lo llevaran a Uxmal, antigua ciudad maya del periodo clásico; hoy uno de los más importantes yacimientos arqueológicos de la cultura maya.
Llegó al final del día, después de muchos cambios de conductor. Dicen que Borges se sentó delante de una pirámide del siglo X, y se quedó una hora sin decir nada.
Finalmente, se levantó y dio las gracias a sus acompañantes:
“Muy agradecido. Ha sido una tarde inolvidable.”, les dijo.
Como se sabe, a esa edad Borges estaba ciego.