Alguien dijo alguna vez que todo hombre debería tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de usar sus zapatos al menos durante un kilómetro.
Muchos de los problemas que nos acucian se resolvería si cada uno de nosotros se pondría por un rato en el lugar del otro con el que discute, se distancia o simplemente convive. Por lo menos, así, lo entendería sin juzgarlo.
Ponerse en el lugar del otro no es tan difícil. Es más, es una maravillosa experiencia que muchos se animan a transitar con el convencimiento de sentir en carne propia las consecuencias de los propios actos.
Ponerse en el lugar del otro, es toda una virtud, porque representa la simple y al mismo tiempo valiosa capacidad de entender y querer a los demás.